Adviento significa advenimiento y espera de Jesús. Siempre el
centro es Jesucristo. Él es el principio y el fin de todo, el Alfa y la Omega.
No celebramos una espera cualquier y sin más, es la espera de Jesucristo, nada
menos que de Jesucristo ¿me doy cuenta de lo que significa que Jesucristo venga
a mi mundo, a mi casa, a mi familia, a mí mismo?
Adviento significa tiempo litúrgico de preparación, de cuatro
semanas, y adviento significa especialmente unas actitudes interiores de espera
de Jesús, y en este sentido todas la vida es adviento, porque durante toda la
vida tenemos que vivir estas actitudes preparatorias para la venida del Señor.
Decía Isabel de la Trinidad en una carta a un seminarista: "me
entusiasma este pensamiento: la vida del sacerdote y de la carmelita es un
adviento que prepara la Encarnación en las almas" (Cta 231).
Entonces ser adviento, hacer de nuestra vida un adviento es
preparar con ella los caminos del Señor, uniéndonos a aquel que, según el
apóstol, es un fuego devorador (Heb 12,29). A su contacto nuestra alma se
transforma en llama de amor que se difunde por todos los miembros del cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia.
ACTITUDES Y TALENTE DEL ADVIENTO:
LA ESPERANZA.
Quizás la primera actitud del adviento es la de la esperanza, una
esperanza que no falla, porque es una esperanza en Dios y desde El. La
esperanza se inscribe en lo más profundo y radical del hombre, porque el hombre
tiene la conciencia de que todo le tiene que venir de otro. Su sustancia es
esperanza. Por eso, precisamente, todo el mundo espera. ¿quién no vive de
esperanza en la vida? Esperan los millones de parados, espera el encarcelado,
espera el labrador cuando siembra y el equipo de football cuando juega un
partido. La vida es esperanza porque es una realidad en continuo devenir. La
esperanza es signo de vida. Quien no espera está muerto. La esperanza verdadera
es una fuerza que empuja. Es la fuerza más activa, la esperanza es vida,
empuje, dinamismo, ilusión, deseo, actividad: es la esperanza de la mujer que
espera un hijo, del labrador que espera una cosecha, es la esperanza del atleta
que espera un triunfo...La esperanza es vida y fuente de vida, es la
característica del cristiano auténtico. Cristiano es el que espera, pagano el
que no espera.
LA ALEGRÍA
El tiempo de adviento se abre con una invitación y llamada a la
alegría: alegraos siempre en el Señor y que vuestra mesura, es decir, que
vuestra afabilidad, bondad, cordialidad, indulgencia, consideración, que todo
esto significa epieikés, sea conocida por todos. Vivir la alegría es vivir con
afabilidad y bondad e indulgencia. Y la razón es clara. El Señor está cerca. El mensaje de adviento
es un mensaje de alegría en esperanza cierta e inminente. Alegraos en el Señor. Es la actitud de María, que es el ideal del adviento. El evangelio
con relación a María en su adviento no menciona más que la alegría: Alégrate,
llena de gracia. No le dice: ayuna, haz penitencia, haz unos días de
ejercicios... sino alégrate. Y el corazón de María se llenó de alegría, porque
las palabras de Dios son eficaces y producen aquello que significan. La alegría
se consustancia con su ser.
Y de la alegría le nace el servicio, yendo a la casa de su prima
Isabel..., servicio que es llevar la salvación... Y el servicio, a su vez,
aumenta la alegría. Un cristiano que vivió muchos años en un campo de
concentración de Siberia sintetiza en estas palabras su modo de vivir la
alegría el Espíritu. Buscaba a mi Dios y Él se me ocultaba; buscaba mi alma y
no la encontraba; he buscado a mi hermano y he encontrado a los tres.
Soñé un día que la vida era alegría.
Me desperté y caí en la cuenta de que la vida es servicio.
Me puse a servir y en el servicio he encontrado la alegría.
Con sencillez y alegría de corazón la primitiva Iglesia esperaba
la parusía del Señor (At 2,46). Y la alegría echa lejos la tristeza.
SAN JUAN DE LA CRUZ VIVE EL ADVIENTO
San Juan de la Cruz es un hombre realista, sabe que no es un ángel
y, por eso, da una importancia grande al aspecto sensible y externo de las
celebraciones litúrgicas. San Juan de la Cruz da una importancia extraordinaria
a la Encarnación del Verbo y su nacimiento entre nosotros. Jesucristo es el
todo de su vida y de su obra. Y vive con tal intensidad las fiestas litúrgicas
que le sale fuera. María, dirigida suya y confesada de Baeza, declara:
A las trece preguntas dijo, que de lo que trató esta testigo al
dicho santo Padre fray Juan de la Cruz, conoció de él amaba mucho a nuestro
Señor y andaba siempre en oración, agradando a Dios y así le notaba que su
rostro se acomodaba con las fiestas, persuadiéndose esta testigo a que según eran las fiestas y tiempo, así traía el
rostro en Dios; el tiempo de Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, se le echaba de ver el sufrimiento que de
esto traía; si de Navidad, mostraba como ternura, y así en las demás fiestas (
BMC 14,45). Cambiaba de rostro como se cambiaban las estolas de color.
Lo que procuraba, era que la celebración exterior fuese
proporcionada a la fiesta interior, a la vida teologal para que la celebración
no resultase una comedia, un mero espectáculo.
Y que, de otra parte, no se cargasen tanto las cosas exteriores
que, en vez de llevar a la devoción y vida interior, nos lleven a la
distracción.
Un adviento puramente interior.
Un adviento especial fue el que celebró en la cárcel de Toledo el
año de 1577. No consta cómo lo celebraba los años anteriores a esta fecha desde
el 1568, día de la inauguración de la vida descalza en Duruelo, pero si
deducimos cómo fue el de este año. El 2 de diciembre entra en la cárcel de
Toledo, una celdilla de 1,68 de alta. En esta cárcel a San Juan de la Cruz se
le niega todo: nada de procesiones preparatorias a la Navidad, nada de celebraciones
eucarísticas, nada de cartas, nada de portales de Belén, nada de regalos ni
golosinas, nada de liturgias. Allí todo es pura nada externamente, pura
oscuridad.
¿Cómo celebró San Juan de la Cruz el adviento, la Navidad en
aquella durísima situación? San Juan de la Cruz, hombre de equilibrio
psicológico extraordinario y de profundísima vida interior, se las arregló para
celebrar ese adviento en el interior de su espíritu. Se encerró en la celda de
su alma día tras día y allí va viviendo y reviviendo el adviento, y expresión
de esa vida y de esa vivencia es el Romance sobre la Encarnación mezcla
maravillosa de poesía y oración -la oración íntima se hace poesía- en nueve
estrofas, desde la Trinidad, que por amor determina la Encarnación del Verbo
como desposorio con la humanidad, hasta el nacimiento de Jesucristo entre
melodías de ángeles y cantares de los hombres. Romance que revive cada día de
adviento y Navidad: tres estrofas para la Trinidad, tres para el adviento y
tres para el nacimiento. Compensa la celebración gozosa exterior del
Adviento-Navidad, que le han negado los frailes, con una celebración interior
profundísima, esperanzada y gozosa, porque esperanza y gozo es lo que rezuma el
Romance. Juan de la Cruz es un poeta eminente y un místico que experimenta a
Dios, a Jesús; es un maestro y un teólogo y se sabe la Biblia en muchos pasajes
de memoria, que a Biblia sabe el Romance y a teología y a mística.
Le niegan el pan y el vino y la estola para celebrar la Eucaristía
y el compone la FONTE que mana y corre con una intensificación interior del
misterio realmente maravillosa.
Cuando uno pierde un sentido, se intensifica más la capacidad de
los otros. Es lo que sucedió a San Juan de la Cruz en la cárcel. Ni ve ni oye
por fuera, entonces se le desarrollaron la vista y el oído interiores del alma
y oye y ve de una manera singular las sustancia del misterio navideño en su
preparación y realización. Al adviento se refieren las estrofas 4,5 y 6. La
primera estrofa es una explosión de gozo describiendo el desposorio que el
Verbo iba a hacer con la humanidad, con todos los bienes que al hombre tal
desposorio traería; la 5 y 6 es un canto de esperanza y petición de que ese
desposorio se realice rápidamente, una esperanza cierta y segura. Esperanza que
aviva en su corazón y, porque esperó y actuó la esperanza, pudo salir
providencialmente de la cárcel.
Fue, sin duda, el adviento-Navidad más intenso y gozoso que el
Santo celebró en toda su vida, este de 1577, y que, pienso, recordó siempre con
gozo del alma.
Adviento al aire libre
Salido de la cárcel y volviendo al desarrollo de la vida normal
conventual, San Juan de la Cruz siguió viviendo el adviento y la Navidad con
enorme gozo y fuerte esperanza, y externamente con mucha celebración. San Juan
de la Cruz, como si saliese de sí en los preparativos y fiestas navideñas.
Desde donde quiera que estuviera se trasladaba a la tierra de Jesús. El Alonso describe una escenificación de una
escena de adviento-Navidad, en el convento de Granada, "hizo poner a la
madre de Dios en unas andas, y, tomada en hombros, acompañada del siervo del
Señor, y de los religiosos que la seguían caminando por el claustro, llegaban a
las puertas que había en él a pedir posada para aquella señora cercana al parto
y para su esposo, que venían de camino. Y llegados a la primera puerta pidiendo
posada cantaron esa letra que el santo compuso:
Del Verbo divino
la Virgen preñada,
viene de camino,
¡si le dais posada!
Y su glosa se fue cantando a las demás puertas, respondiéndoles de
la parte de dentro religiosos que había puesto allí, los cuales secamente les
despedían. Replicábales el santo con tan tiernas palabras, así del explicar
quién fuesen los huéspedes que la pedían, de la cercanía del parto de la
doncella, del tiempo que hacía y hora que era, que el ardor de sus palabras y
altezas que descubría enternecía los pechos de quienes le oían y estampaba en
sus almas este misterio y un amor grande a Dios" (Vida, l. 2, c. 8, p.402).
Juan de Santa Eufemia, cocinero de Baeza, recuerda:
"Celebraba las fiestas de nuestro Señor y del santísimo sacramento con gran devoción y con cosas
santas de propósito, con que entretenía y enternecía a sus frailes, como fue
que una noche del santo nacimiento , estando por Rector del colegio de esta
ciudad, el dicho santo padre fray Juan hizo que dos religiosos de él, sin mudar
de hábitos, representasen uno a nuestra Señora y otro al señor san José, y que
anduviesen por un claustro pequeño que había en el dicho convento buscando
posada; y sobre lo que le respondían y decían los dos que representaban a María
y José, sacaba el dicho padre
pensamientos divinos que les decía de grande consuelo a los religiosos,
y de esta manera celebraba las fiestas"
(BMC 14,25).
El adviento con María
En la liturgia del adviento aparecen una serie de personajes cuya
presencia nos ayuda a vivir las actitudes propias de este tiempo: profetas,
Isaías, Juan Bautista, José y María. Particularmente María. María es la
personificación del adviento, porque es ella la que lo vivió con más entrega,
con más fe, con más esperanza, con más alegría. Un adviento largo de nueve
meses.
Juan de la Cruz vive el adviento con María. En el Romance de la
Encarnación la menciona explícitamente dos veces. María, de cuyo consentimiento
el misterio se hacía, y el Verbo quedó encarnado en el vientre de María. María
es la graciosa Madre que estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del
hombre en Dios y en el hombre la alegría.
En la escenificación de las escenas evangélicas propias de este
tiempo, aparecen representadas las personas de María y de José especialmente. Y
nos dicen los testigos que el santo hacía comentarios de tiernas palabras ante
esas representaciones. Sería interesante saber qué decía en el "explicar
quiénes eran los huéspedes que pedían", cuál era el retrato que hacía
de la Virgen y de San José. De la Virgen podemos adivinarlo por lo que de ella
nos evangeliza en sus escritos: la graciosa Madre, la bendita Madre que expone
necesidades, la movida en todo por el Espíritu Santo, la agraciada con tal
cúmulo de gracias cuando Dios quiso demostrar quién es, que no hay inteligencia
que lo pueda ni siquiera sospechar.
Sería interesante saber lo que decía del bendito San José, de
quien no tenemos ninguna referencia en sus escritos.
El hecho es, que el adviento, los advientos de San Juan de la
Cruz, eran advientos eminentemente marianos. Vivía las actitudes marianas de
esperanza, de alegría y de pasmo ante lo que contemplaba, impregnaban su alma
estas actitudes de María. Vivía muy unido a la Virgen María en su adviento y
espera del nacimiento del Verbo y Salvador del mundo que llevaba en su vientre.
El último adviento de San Juan de la Cruz
El último adviento de San Juan de la Cruz es el que vive en Úbeda,
en 1591, enfermo en su celda y doliente. Muere en ese adviento. La esperanza y
la alegría de San Juan de la Cruz se han ido desarrollando de una manera
estupenda a lo largo de toda su vida. Juan de la Cruz era apacible, alegre,
afable, enemigo de la melancolía en si y en los otros. No se reía
descompasadamente, sino con una afabilidad que tocaba, pegaba alegría.
Procuraba que sus súbditos no saliesen nunca tristes de su presencia. Era
alegre, optimista. Ve el mundo vestido de alegría y hermosura, "de aquella
infinita hermosura sobrenatural de la figura de Dios (que el Verbo), cuyo mirar
viste de hermosura y alegría el mundo y a todos los cielos (CE 6,1). ¡Qué
bonito es verlo todo vestido y derramando la alegría de Dios, todo vestido y
derramando Encarnación y Navidad!
Alegría que nace, como de su fuente, de su esperanza viva, de su
gran esperanza. San Juan de la Cruz hizo suya la exhortación de San Pablo:
Vivid alegres en la esperanza (Rom 12,12). San Juan de la Cruz era un hombre de
espera en Dios. Vivía alegre porque vivía de la esperanza. Alégrese y fíese de
Dios, espere en Dios, es la consigna que da a su hija espiritual, Juana de
Pedraza.
Pues bien, esa esperanza y esa alegría, actitudes esenciales del
adviento, se intensifican y llegan a cotas altísimas en el último adviento de
su vida, vivido en Úbeda, en lo fuerte de su enfermedad. En algún sentido,
debió sufrir un calvario más doloroso que el de la cárcel de Toledo, El Prior
del convento, el P. Juan Crisóstomo, por una especie de venganza, le trata muy
mal, le mortifica todo lo que puede, hasta le quita el enfermero porque trata
al enfermo con mucha caridad y mimo. Este se queja al Provincial, el P, Antonio
de Jesús, que viene a Úbeda el 27 de noviembre, víspera del aniversario de la
inauguración de la vida descalza por él y San Juan de la Cruz en Duruelo. Los frailes, como es natural, le preguntan por
aquella gesta gloriosa y el P. Antonio cuenta detalles. San Juan de la Cruz, en
un alarde de humildad, le dice: Padre ¿es esa la palabra que me ha dado de que
en nuestra vida no se había dar tratar ni saber nada de eso?
Crece su alegría y su esperanza a medida que avanza la enfermedad.
Juan de la Cruz demuestra una esperanza y una alegría y una paz que admiran a todos,
frailes y seglares. Hasta el Prior cambia de actitud para con él. La víspera de
la Inmaculada se agravó y el médico dice que hay que advertirle que puede morir
en cualquier momento. El P. Alonso de la Madre de Dios se lo notifica. ¿Que me
muero? dice, y, juntando las manos ante el pecho, exclama con rostro alegre: Laetatus
sum in his quae dicta sunt mihi. In domum Domini ibimus. Ese día la Virgen
le revela que morirá en sábado, como sucedió.
Pasado un rato, comenzamos los que estábamos allí a andar de prisa
y como turbados, hojeando el breviario o manual para hacer la recomendación del
ánima. Lo cual, visto por él, nos dijo con grande sosiego y paz: Déjenlo por
amor de Dios y quiétense. Cuando van a rezarle la recomendación del alma, él
agonizante, que espera tranquilo la muerte como una continuación de su vida de
amor, pide afablemente: Léame el Cantar de los Cantares, que eso no es
menester. Y, cuando le están leyendo los versos del libro, comenta ¡Oh, qué
preciosas margaritas!
La esperanza de ir al cielo, que se apoya en el amor de Dios que
nunca falta, es una esperanza de gloria y ciertísima, esperanza del cielo tanto
alcanza cuanto espera, y así, cuando oye las campanas de la Iglesia del
salvador, pregunta: ¿a qué tañen? A maitines, le dicen ¡Gloria a Dios, que al
cielo los iré a decir!
Los maitines que Juan de la Cruz va a cantar al cielo son los de
nuestra Señora, ya que en ese día, en el que él iba a morir, se celebraba la
liturgia de Santa María en sábado.
Esta nota de amor mariano no era algo improvisado sino culminación
de una devoción vivida larga e intensamente. Al deseo del cielo le llevaba
suavemente la devoción a María. Solía decir que "por pequeña que fuese la
imagen de la Virgen nuestra Señora pintada, cuando la miraba, le causaba aquel
amor, respeto y claridad en el alma, como si la viera en el cielo" (BMC
14,168).
San Juan de la Cruz muere el 14 de diciembre de 1591, en plena
celebración del Adviento, que para él, aquel año, acabó anticipadamente,
convirtiéndose, con la muerte que es el último nacimiento de Jesús en cada uno,
en una Navidad definitiva. Vio colmadas su esperanza y su alegría de Navidad.
Murió de amor.
Asimilación del misterio
En el misterio de adviento-Navidad hay tres momentos: el de la
realización en un momento y en un lugar determinado, el de su celebración litúrgica
y el de la asimilación espiritual del mismo.
El momento de la asimilación es el de una labor persona intransferible.
No se da sin los otros dos, porque se trata de asimilar algo concreto. Se
pueden dar los dos primeros sin una verdadera asimilación. Por lo que se refiere
a nosotros es el momento más importante y urgente. La asimilación de los
contenidos esenciales del misterio que se celebra es para cada uno lo más
importante. Sin asimilación no hay efectivamente celebración del misterio.
No se trata de acumular conocimientos, aunque estos son
necesarios, pero llega un momento en que pueden convertirse en un estorbo que
nos impide la asimilación. Los árboles no dejen ver el bosque. Es lo que dice
san Juan de la Cruz a las monjas de Beas:
"El no haber escrito no ha sido falta de voluntad, porque de
veras deseo su gran bien, sino parecerme que harto está ya escrito para obrar
lo que importa; y que lo que falta, si algo falta, no es el escribir o el
hablar, que esto antes ordinariamente sobra, sino el callar y obrar. Porque, además
de esto, el hablar distrae, y el callar y obrar recoge y da fuerza al
espíritu...Esto entiendo, hijas, que el alma que presto advierte en hablar y
tratar, muy poco advertida está en Dios; porque, cuando lo está, luego con
fuerza la tiran de dentro a callar y huir de cualquier conversación" (Cta
8: 22.11.1587).
P. Román Llamas, ocd
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