“El día
de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran suspensión, de manera que aun no
podía pasar la Forma, y teniéndomela en la boca verdaderamente me pareció,
cuando torné un poco en mí, que toda la boca se me había henchido de sangre; y
parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces
acabara de derramarla el Señor. Me parece estaba caliente, y era excesiva la
suavidad que entonces sentía, y díjome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre
te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia; Yo la derramé con
muchos dolores, y gózasla tú con tan gran deleite como ves; bien
te pago el convite que me hacías este día».
Esto dijo porque ha más de treinta años
que yo comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar
al Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después
de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta de
que se quedase conmigo, y harto en mala posada, según ahora veo; y así hacía
unas consideraciones bobas y debíalas admitir el Señor; porque esta es de las
visiones que yo tengo por muy ciertas, y así para la comunión me ha quedado aprovechamiento.” Relaciones
16,1
Teresa de Jesús
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