Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San
Bartolomé, tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo Sacramento. Con toda
autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre
nuestro San José, año de mil y quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles
el hábito, y otras dos monjas de nuestra casa misma, que acertaron a estar
fuera… (V 36.5)
Pues fue para mí como estar en una gloria ver
poner el Santísimo Sacramento y que se remediaron cuatro huérfanas pobres
(porque no se tomaban con dote) y grandes siervas de Dios, que esto se
pretendió al principio, que entrasen personas que con su ejemplo fuesen
fundamento para en que se pudiese el intento que llevábamos, de mucha
perfección y oración, efectuar, y hecha una obra que tenía entendido era para
servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis
ansias. Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el Señor me
había mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi padre glorioso San José,
que no la había. No porque a mí me pareciese había hecho en ello nada, que
nunca me lo parecía, ni parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que
era de mi parte iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me
culpar que no que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese Su
Majestad tomádome por instrumento –siendo tan ruin– para tan gran obra. Así que
estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de mí, con grande oración.
(V 36.6)
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