"a una persona que estaba muy afligida delante de un crucifijo (...) considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por El: díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre. Quedó aquel alma tan consolada y tan rica, según de ella he entendido, que no se le pueda olvidar; antes cada vez que se ve tan miserable, acordándosele, queda animada y consolada"
Las Moradas,
Moradas sextas 5, 6
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