Cuando
digo que santa Teresa engrandece a san José me refiero a lo que dice el
Concilio Vaticano II, refiriéndose a los contenidos de la Revelación en la
Escritura y en la Tradición.
El depósito de la fe es
la Revelación contenida en la sagrada Escritura y en la Tradición y encomendada
a la Iglesia para que la custodie y la trasmita. Es la revelación de Jesucristo
que se cerró con la muerte del último apóstol. San Pablo dice a su discípulo
Timoteo que guarde el depósito de la fe (1Tim 6,20). Conserva el buen depósito
mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, y el mismo san Pablo afirma
que sabe en quien tiene puesta su confianza y está convencido de que es
poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día de la Parusía (2 Tim 1,12).
El
depósito de la fe es lo que la tradición apostólica nos ha trasmitido sobre el
Dios Uno y Trino Amor, sobre el misterio de la Redención y Salvación llevada a
cabo por Jesús en la que tanta parte tienen María y José; sobre los sacramentos
y las instituciones divino-eclesiásticas. Y este depósito del fe, “esta
tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu
Santo, es decir, crece el conocimiento
de las palabras e instituciones trasmitidas, cuando los fieles las contempla y
estudian repasándolas en su corazón (cfr. Lc 2,19.51)), por la íntima
inteligencia de las cosas espirituales que
experimentan” (Dei Verbum, 8)
Estas últimas palabras consignan y consagran la inteligencia por la experiencia
mística de las verdades de la fe
como un instrumento hermenéutico
primario para quien quiere comprender la
Palabra de Dios de la Tradición Apostólica.
P.
Román Llamas, ocd, 15 de enero de 2020, miércoles.
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