Pasemos
a otro momento de su vida. En el capítulo 23 de la Vida dice que retoma el
curso de su vida y lo mismo afirma en el capítulo 30. Nos dice que no podía hacer nada por no tener
ímpetus tan grandes, porque pena y contento no podía yo entender cómo podían
estar juntos; y por eso con los que trataba estas gracias sobrenaturales
confrontándolas con la vida que vive le dicen que eso es cosa del demonio, que
es lo que ella más temía. Veía que en la ciudad no me entendía nadie, que
esto muy claro lo entendía yo (V 30,1).
Esta situación se la
remedió san Pedro de Alcántara que acertó a ir a Ávila y se hospedó en casa de
Dña. Guiomar de Ulloa, gran amiga suya, por espacio de ocho días. Esta llamó al
Provincial para que dejase ir a su casa a santa Teresa y en casa y en varias
iglesias de la ciudad le expuso con toda la sinceridad y claridad que pudo y
supo lo que le pasaba y el modo de hacer oración. En la conversación vio que la
entendía por experiencia, que es lo que ella necesitaba. Me dio grandísima luz,
me dio luz en todo. Que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y que
estuviese muy cierta que todo era espíritu de Dios clarísimamente.
Tuvo lástima de ella y le
dijo que uno de los más grandes trabajos de la tierra era el que había
padecido: la contradicción de los buenos y que todavía le quedaba harto. Habló
con el Caballero santo y con Gaspar Deza y les dijo que no la atormentasen más, que todo lo suyo era cosa de Dios, Santa
Teresa quedó muy consolada y atribuía esta gracia insigne y maravillosa a su
Padre y señor san José “No me hartaba
de dar gracias a Dios y al glorioso Padre mío san José, que me pareció le había
él traído (a san Pedro de Alcántara), porque era Comisario General de la
Custodia de san José, a quien yo mucho me encomendaba y a nuestra Señora” (V 30,7).
P.
Román Llamas, ocd, 15 de enero de 2020, miércoles.
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