San Juan de la Cruz es un hombre realista,
sabe que no es un ángel y, por eso, da una importancia grande al aspecto
sensible y externo de las celebraciones litúrgicas. San Juan de la Cruz da una
importancia extraordinaria a la Encarnación del Verbo y su nacimiento entre
nosotros. Jesucristo es el todo de su vida y de su obra. Y vive con tal
intensidad las fiestas litúrgicas que le sale fuera. María, dirigida suya y
confesada de Baeza, declara:
A las trece preguntas dijo, que de lo que
trató esta testigo al dicho santo Padre fray Juan de la Cruz, conoció de él
amaba mucho a nuestro Señor y andaba siempre en oración, agradando a Dios y así le
notaba que su rostro se acomodaba con las fiestas, persuadiéndose esta
testigo a que según eran las fiestas y tiempo, así traía el
rostro en Dios; el tiempo de Pasión de Jesucristo, nuestro
Señor, se le echaba de ver el sufrimiento que de esto traía;
si de Navidad, mostraba como ternura, y así en las demás fiestas ( BMC
14,45). Cambiaba de rostro como se cambiaban las estolas de color.
Lo que procuraba, era que la celebración
exterior fuese proporcionada a la fiesta interior, a la vida teologal para que
la celebración no resultase una comedia, un mero espectáculo.
Y que, de otra parte, no se cargasen tanto
las cosas exteriores que, en vez de llevar a la devoción y vida interior, nos
lleven a la distracción.
Próximas publicaciones:
- Un adviento puramente interior.
- Adviento al aire libre
- El adviento con María
- El último adviento de San Juan de la Cruz
ASIMILACIÓN DEL MISTERIO
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