En la liturgia del adviento aparecen una
serie de personajes cuya presencia nos ayuda a vivir las actitudes propias de
este tiempo: profetas, Isaías, Juan Bautista, José y María. Particularmente
María. María es la personificación del adviento, porque es ella la que lo vivió
con más entrega, con más fe, con más esperanza, con más alegría. Un adviento
largo de nueve meses.
Juan de la Cruz vive el adviento con
María. En el Romance de la Encarnación la menciona explícitamente dos veces.
María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía, y el Verbo quedó encarnado
en el vientre de María. María es la graciosa Madre que estaba en pasmo de que
tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría.
En la escenificación de las escenas
evangélicas propias de este tiempo, aparecen representadas las personas de
María y de José especialmente. Y nos dicen los testigos que el santo hacía
comentarios de tiernas palabras ante esas representaciones. Sería interesante
saber qué decía en el "explicar quiénes eran los huéspedes que
pedían", cuál era el retrato que hacía de la Virgen y de San José. De
la Virgen podemos adivinarlo por lo que de ella nos evangeliza en sus escritos:
la graciosa Madre, la bendita Madre que expone necesidades, la movida en todo
por el Espíritu Santo, la agraciada con tal cúmulo de gracias cuando Dios quiso
demostrar quién es, que no hay inteligencia que lo pueda ni siquiera sospechar.
Sería interesante saber lo que decía del
bendito San José, de quien no tenemos ninguna referencia en sus escritos.
El hecho es, que el adviento, los
advientos de San Juan de la Cruz, eran advientos eminentemente marianos. Vivía
las actitudes marianas de esperanza, de alegría y de pasmo ante lo que
contemplaba, impregnaban su alma estas actitudes de María. Vivía muy unido a la
Virgen María en su adviento y espera del nacimiento del Verbo y Salvador del
mundo que llevaba en su vientre.
Próximas publicaciones:
- El último adviento de San Juan de la Cruz
ASIMILACIÓN DEL MISTERIO
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